El presidente de Mercadona, Juan Roig, 'jefe' de la "Cultura del esfuerzo"
S. E. Madrid
El presidente de Mercadona, Juan Roig, es un empresario atípico. Acaba de irrumpir en el club de milmillonarios de la revista Forbes por el patrimonio amasado construyendo Mercadona y, lejos de separarse de los focos por la que está cayendo, se pone al frente de una iniciativa para despertar las mentes y doblegar la crisis con trabajo. Hecho a sí mismo y acostumbrado a reinventarse en épocas de crisis, no ha dudado en estampar el eslogan "Cultura del esfuerzo" en las camisetas del Valencia Basket Club, del que es copropietario y renunciar a los ingresos por patrocinio (1,5 millones de euros). Le mueve la necesidad de impulsar un cambio de mentalidad, que sustituya la comodidad por el esfuerzo.
"2011 tiene una cosa buena, y es que será mejor que 2012", alertó Roig en la última presentación de resultados de Mercadona. Se prodiga poco, pero dispara sin la árnica diplomática abundante en las relaciones del empresariado con el Ejecutivo. Según Roig, los españoles han vivido como ricos por el boom inmobiliario y, pinchado el globo, "lo peor de la crisis está por llegar". Para que el país vire defiende mejorar la productividad, atajar el absentismo –el 6% de los españoles no va a trabajar– y "tomar medidas valientes, aunque sean impopulares".
Su mantra llega a las canchas tras recorrer despachos. Al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, le exigió arreglar la situación "entre todos" y su firma acompañó las ácidas críticas sobre la gestión de la crisis en el informe que coordinó Eduardo Serra en la Fundación Everis.
Tesón e ingenio es lo que le ha hecho lo que es y ha aupado Mercadona desde un negocio familiar a rivalizar con El Corte Inglés en facturación y beneficio. Su germen fue Cárnicas Roig, el grupo que fundaron sus padres y decidió adquirir junto a su esposa Hortensia y sus hermanos Fernando, Trinidad y Amparo, asumiendo él la dirección. Las entonces ocho tiendecillas suman hoy 1.310 establecimientos y 62.000 empleados, todos con sueldo fijo y beneficios sociales envidiados en grupos rivales.
Roig atiende al perfil de empresario familiar. Refinó esa fórmula comercial sin desviarse del espíritu de barrio, que prima la cercanía al cliente. Pero han sido su tesón e ingenio los que han salvado a Mercadona de morir asfixiado por la presión comercial. Acosado por la moda de los hipermercados low cost americanos y el desembarco de los gigantes de distribución galos, puso a toda la organización en 1993 a girar sobre varios ejes estratégicos: el cliente, al que internamente llaman "el jefe", el proveedor y el trabajador son los básicos. Su obsesión es "clientes fijos, empleados fijos, proveedores fijos".
Y para tener satisfecho al "jefe", apuesta por abaratar los precios. En una decisión incomprendida reniega de la publicidad y consigue convencer a sus proveedores para que empaqueten parte de la producción a menor precio bajo marcas blancas a cambio de garantizarles la compra de varios años de producción. Así nacen enseñas hoy con nombre propio como Hacendado (alimentación) o Bosque Verde (droguería).
Exige un "trabajo de 10" todos los días a sus empleados, pero lo compensa con empleo estable, beneficios tales como trabajar en el centro más próximo a su vivienda o un mes extra de baja maternal y primas por objetivos cumplidos. En mitad de la crisis, les repartió 210 millones el año pasado por su efectividad, clave para garantizar un servicio atento al cliente, y Mercadona ganó un 47% más. "De esto se sale trabajando, no especulando", remacha. Una perla más: "O mejoramos la productividad o bajaremos nuestro nivel de vida. Y África volverá a empezar en los Pirineos".
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